El día Juan Carlitos Harriott jugó con la camiseta de Santa Ana

Pero ese retrato en el que aparece de azul con rayas verticales blancas y acompañado por Francisco y Gastón Dorignac y Teófilo Bordeu tiene casi 50 años. O sea, es original. Juancarlitos se puso la pilcha de Santa Ana, sí. Y jugó por ese club, el que casi siempre estaba enfrente en las grandes finales del polo.

¿Qué pasó? “Me invitaron a jugar y fui, con Franky Dorignac, Bordeu y Gastón. Hacía poco habíamos empezado a jugar finales Santa Ana vs. Coronel Suárez. Éramos amigotes Franky y yo, y me dijo «che, ¿querés ir a Chile a jugar? Un fin de semana, nomás». «Bueno, vamos». Andábamos medio al cuhete nosotros acá, y fuimos”, recuerda a sus 86 años la mente de Harriott, que nunca fue muy buena para retener datos duros, números, fechas (“soy un desastre”), pero que en la cancha era prodigiosa. El Inglés veía las jugadas un par de segundos antes que los polistas excelentes y eso lo hacía estar donde convenía, hacerse de la bocha y, sostenido en un estupendo taqueo, poner la esfera blanca ahí donde hacía daño al oponente. Fuera en un espacio vacío para el pique de un compañero como detrás del arco… habiéndola hecho pasar entre los dos mimbres, por supuesto.

En efecto, el mayor de los hermanos Dorignac había llamado a Juancarlitos a Suárez para incorporarlo al equipo en una exhibición del otro lado de la cordillera. Podía ser sensible el telefonazo: habían pasado unos días desde la definición del Argentino Abierto que Santa Ana le había ganado a su gran rival, una de las pocas en que ocurrió tal cosa (3 sobre 17), porque los hermanos Harriott y los Heguy eran “la máquina de jugar al polo”. Lejos de cargadas e ironías por la Triple Corona que había logrado su cuarteto, Franky quería completar la alineación con lo mejor que pudiera, porque la invitación llegada desde Chile estaba aceptada y Daniel González –justo un ex suarense– no podía acudir porque tenía otro compromiso aceptado previamente.

A diferencia de en Argentina, en Chile hay un club de referencia casi exclusiva, San Cristóbal, ubicado en Santiago. Allí concurrió otro oriundo de Coronel Suárez, Ricardo Garrós, como referí, y Harriott estuvo circundado, nomás, por los Dorignac, Bordeu y muchos locales, claro. Nada nuevo para Mister Polo: había estado allí en 1959, jugando por… Santa Ana.

¿Cómo? Era otro Santa Ana, un Santa Ana trasandino, no el club de Villa Valeria, suroeste de Córdoba. Resulta que uno de sus integrantes, Alfonso Chadwick, se había lastimado, y sus compañeros, Jorge Undurraga, Fernando Prieto y Jorge Lyon se plantearon conseguir un suplente de lujo: “Si queremos ganar el Abierto de Chile, invitemos a Juancarlitos”, se propusieron. Harriott tenía entonces 23 años y 9 goles de handicap y ya era tricampeón de Palermo. Fue la mejor decisión: con el argentino, ese Santa Ana detuvo una serie triunfal de los Zegers de Universidad Católica, goleó por 15-5 y se adjudicó el máximo torneo chileno.

Lo de mediados de los setentas era distinto, una exhibición. Pero la presencia del conjunto triplecoronado de Buenos Aires –Argentina dominaba el polo mundial desde hacía más de 35 años–, con nada menos que Harriott, los Dorignac y Bordeu, casi ponía a ese partido por encima de un abierto nacional. Eso sí: los caballos fueron proporcionados por los anfitriones. Dato no menor.

Se jugó a seis chukkers, y con ventaja para el más débil. Dato importantísimo. Solamente así tenía chances Universidad Católica-Lo Castillo, que se configuró con Francisco Echenique, Chadwick (aquel ausente en 1959), Julio Zegers y Jorge Lyon. No por nada antes del primer throw-in ya estaba 11-0 arriba. Tal la distancia de nivel entre los lugareños y los huéspedes. Fue demasiada para los visitantes, porque Católica rescató un 17-16 (6-16 en el abierto). Y entonces la excursión del Santa Ana triplecoronado reforzado terminó con una mueca inesperada.

¿Puso todo de sí Juancarlitos con la camiseta de sus habituales adversarios? Nadie pensó en otra cosa. “No había tanta rivalidad con Santa Ana; recién estábamos empezando”, aclara hoy Harriott ante LA NACION, en su campo, La Felisa. Por cierto, faltaban todavía unos cuantos cruces definitorios entre un club y el otro. Las ganas de ganarle al otro, y el temor a perder contra los de siempre, irían en aumento. “Pica no hubo; rivalidad sí. Negar eso es ridículo”, dimensiona el mayor actor del clásico. ¿Habría aceptado la misma invitación a fines de los setentas, cuando estaba en sus últimos años de primer nivel, tras tantas batallas en común? “No sé, no sé…”, duda.

Fragmento de La Nacion.