En el día del 100 Aniversario de The Walt Disney Company, en aquel entonces Disney Brothers Studio, repasamos la llegada de Walter Elias Disney a este magnífico deporte.
Si observan la imagen que encabeza este artículo, Spencer Tracy conversa con el productor luciendo indumentaria de polo, actividad física que ambos practicaban. Paradojas del género humano. Sea como fuere, el acuerdo para que la factoria Disney acuda al rescate en plena pandemia, cediendo sus instalaciones de Orlando para que finalicen las campañas de NBA o MLS, sugiere profundizar en la relación que tuvo con el deporte el creador de la compañía de entretenimiento más grande del planeta.
En 1931, aconsejado por los doctores, orientó su vida hacia el deporte apuntándose a un club donde practicó sucesivamente boxeo, lucha libre y golf, incluso calistenia, para, guiado por su amor a los caballos, descubrir después la hípica y a partir de ahí el polo, del que ya se convirtió en jugador habitual y aficionado ferviente. Conviene poner en contexto dicho pasatiempo, teniendo en cuenta su minoritario seguimiento actual, porque en aquella década de los 30, casi un siglo ha pasado ya, Los Ángeles contaba con unos 30 campos de polo, relación en la que se incluía desde luego el célebre Beverly Hills Polo Lounge, creado entonces y superviviente como sede de reuniones sociales hoy día.
El más destacado de los ‘famosos’ que jugaban era el humorista Will Rogers, con el que además Disney cultivaba una gran amistad: no resulta extraño así que fuera el que lo introdujo en un deporte al que Walt se refería, con cierto desdén al principio, como “el golf en un caballo”. Esa indiferencia derivó en entusiasmo y el productor arrastró en ese sentido a su hermano Roy y a otros miembros de Disney Studios (Dick Lundy, Norm Ferguson, Bill Cottrell, Jack Cutting, Les Clark…): se unieron al prestigioso Riviera Club, hogar de actores famosos que también jugaban (Darryl Zanuck, Leslie Howard, el ya citado Spencer Tracy…); se entrenaban regularmente; utilizaban la hora del almuerzo para mejorar sus golpes sobre unos caballos de madera que habían construido; organizaban partidos cada semana…
Así que llegaron a viajar a México con un equipo al que habían bautizado ‘Donald Duck Polo Team’. Contaba tiempo después Harry Tytle, gerente de producción y excelente jugador, que la “inteligente” estrategia de llevar una foto del pato en las camisas sirvió para que el equipo nunca fuera tomado en serio… y para empezar a ganar partidos desde esa actitud del rival. La realidad terminaría influyendo sobre la ficción en forma de un cortometraje de ocho minutos con el que Walt pretendía presentar sus respetos al juego: cuatro personajes animados de la factoría (el propio Mickey, Donald, Goofy y el lobo feroz) se enfrentaban a cuatro estrellas del momento (Charlie Chaplin, Oliver Hardy, Stan Laurel y Harpo Marx), mientras en la grada se producía una mezcla similar (Clarabella y Clark Gable, los Tres Cerditos y Shirley Temple…)
Dos hechos desgraciados, sin embargo, marcaron la evolución de los acontecimientos… y la carrera deportiva de Walt. Por un lado, la muerte de Rogers en accidente de avión (su caricatura fue eliminada del corto en cuestión); por otro, una lesión en cuatro vértebras cervicales fruto de la agresividad con la que se desempeñaba y que, tratada en principio por un quiropráctico en lugar de un traumatólogo, derivaría en artritis (y dolor) para el resto de su vida. En 1938, así las cosas, vendió sus caballos y se concentró en los proyectos cinematográficos, reciente el éxito de Blancanieves, pendientes aún Pinocho o Bambi. En su domicilio mantuvo, eso sí, una gran sala de juegos (antiguo gimnasio) rodeada de retratos de equinos y varios trofeos.