La Espadaña, parte de la revolución del Polo

La Espadaña marcó una época, con seis títulos en Palermo, donde apenas sufrió una derrota y registró un empate entre 1984 y 1990. El resto, todas victorias. Y los 40 goles de handicap. Le faltó la Triple Corona, nada más.

Gonzalo Pieres venía de un buen año con La Toca, junto con su hermano Alfonso, más el mexicano Carlos Gracida y el brasileño Alcides Diniz. Antes, había tenido buenas experiencias con Mar del Plata, el team que terciaba con Coronel Suárez y Santa Ana. A Gonzalo le gustaba y le veía enormes condiciones al 3 de Los Indios (subcampeón de Palermo), Ernesto Trotz, al que imaginó e incorporó como un pujante back. Faltaba el N° 1 y Trotz llevó a Juan Martín Zavaleta, también de Los Indios.

Una alineación que empezó jugando bien y fue consustanciando su idea con el paso de los años, en especial cuando entró Gracida, uno de los mejores exponentes del extranjero que haya pisado La Catedral. Un jugador que le calzó perfecto al equipo y que tuvo parte de responsabilidad en la transformación.

La Espadaña instaló una versión mixta del polo clásico. Algo de eso ya había evidenciado con su cuota de talento el Gordo Moore en Nueva Escocia: no jugar sólo para adelante y para atrás, sino buscando variantes; incluido el dribbling, que luego alcanzaría toda clase de mutaciones, hasta llegar a lo que se ve hoy: un exacerbado control de pelota que motivó modificaciones de reglas.

Supo La Espadaña jugar lineal, pero también en círculos. Y eso empezó a cambiar la ecuación. Algunos que veían polo por primera vez se sorprendían con cogotes tácticos, con cambios de frente. No le importaba tanto llegar rápido al mimbre rival, sino atravesar la cancha de formas diferentes, para desorientar al adversario de turno.

Tuvo grandes duelos, los más lindos, con Indios Chapaleufú: a cara descubierta, a ver quién le sacaba más rédito a la caballada y quién convertía más goles; los más estratégicos y tensos, con Chapaleufú II, su pesadilla, el que le planteaba los partidos como ninguno. Fueron ellos, claro, los que le provocaron la derrota y el empate, en ese orden. Y también los que tomaron alternativamente la posta cuando, a fines del ‘90, Gonzalo Pieres plantó bandera por primera vez antes de embarcarse en el proyecto Ellerstina, que perdura hasta hoy.

Fragmento de artículo de La Nación (2009) escrito por Claudio Cerviño.